sábado, 12 de septiembre de 2009

Pedro Santana moribundo

Por: Pablo Clase

Pocos minutos antes de morir, postrado, cara a cara con la “huéspeda invisible y fatal”, el general Pedro Santana contemplaba una escena bélica, una contienda. El espectáculo casual le permitió resumir, en una frase precisa, su visión de los hombres.

Ese día -14 de junio de 1864- en su hogar de El Seibo, en la tranquilidad de su alcoba, y en su lecho de enfermo, estaba meditando sobre las últimas vivencias. Recientemente había sido desconsiderado por el mando militar español, por aquellos mismos que atrajo al país por la anexión a España. Estaba disgustado con sus aliados justamente el hombre que había proclamado su presencia protectora.

Por eso había renunciado a su cargo de capitán general del territorio. Por otro lado, el Gobierno restaurador había ordenado, por consenso, que cualquier jefe de tropas que apresase al “traidor” lo pasara por las armas de modo sumario.

Tremenda encrucijada para Pedro Santana: sus aliados españoles le daban la espalda, y sus rivales compatriotas querían matarlo. Fue entonces cuando, providencialmente, su salud empeoró. Decidió retirarse de las campañas militares, a su hogar de El Seibo.

Puede decirse que la enfermedad lo libró de morir fusilado. Postrado, ahora, en cama, débil, reflexionaba sobre esta terrible paradoja de su vida.

Su hora postrera había llegado aparentemente con todo el mundo en su contra. En un momento, el moribundo Santana se incorporó y miró a través de la ventana de su alcoba.

Ante su vista, en el patio, dos gallos peleaban ferozmente. Sus labios forjaron una pícara sonrisa y su última frase, a flor de labios, brotó convencida: “Así, lo mismo que los hombres”.


Fuente: http://listindiario.com.do/app/article.aspx?id=112398

No hay comentarios:

Publicar un comentario